LA CHACINA: La masacre y el genocidio perpetuo en la ciudad de Río de Janeiro

Por: Algunxs Disfuncionales Sin Fronteras

Los hechos recientes, la próxima masacre va a ser peor…

El día 28 de octubre la ciudad de Río de Janeiro fue testigo de la más grande masacre de su historia reciente: 121 personas fueron asesinadas en una brutal operación policial que se ejecutó con el pretexto de ir contra la organización criminal más grande y poderosa de Río y una de las más poderosas de Brasil, el Comando Vermelho-CV. Esta operación se desarrolló en dos complejos de favelas: Alemão y Penha —considerados como los cuarteles generales de dicha organización—. Estos complejos que suman 26 favelas donde viven cerca de 280.000 personas, fueron intervenidos por el operativo validado y pensado por gobierno del estado de Río de Claudio Castro y realizado por distintas fuerzas de la Policía Militar y Civil, sumando entre ambas 2.500 efectivos, con el objetivo supuestamente de cumplir más de 100 órdenes de arresto.

Entonces, la policía ingresó a ambos complejos por todos lados, obligando a los traficantes a huir por el bosque de la Sierra de la Misericordia, que divide ambos complejos de favelas donde los estaba esperando un bloqueo total del BOPE —Batallón de Operaciones Policiales Especiales— reconocido como una de las tropas urbanas más letales del mundo. Claramente es una estrategia que evidencia que el objetivo clave de la operación era matar y no arrestar a nadie, dado que en dicho bosque es justamente donde ocurren la mayor parte de las ejecuciones de la guerra perpetua que arrastra esta ciudad.

Por lo tanto, lo que pasó ese día no fue algo nuevo, pero sí la intensificación y la brutalización extrema de una política estatal que, bajo el pretexto de combate al narcotráfico, ha normalizado la matanza como método para imponer su orden. La escena de ese día no dejaba nada que envidiar a Gaza; es más se ve inspirada en la normalización de la masacre transmitida en vivo y en directo ya hace más de dos años. Igualmente, los cuerpos que en su gran mayoría fueron recogidos por lxs mismxs pobladorxs, presentaban signos de tortura, incluso había entre ellos un cuerpo decapitado, cuya cabeza se encontraba colgando de un árbol, testimonios y hechos que muestran la saña sanguinaria de la policía carioca. En efecto el perfil de los asesinados era de jóvenes negros, la mayoría no llegaba a los 30 años, habiendo incluso entre ellos un niño de 14 y otro de 17.

La guerra contra las drogas ha fracasado  

Como resultado la postura del gobierno federal del estado brasileño —pese a que sus bases estén tratando de utilizar la polarización política para responsabilizar al gobierno de Rio por la masacre, perteneciente al partido del ex presidente ultraderechista Jair Bolsonaro— ha sido la  de alinearse a esta “Guerra contra el crimen organizado”, hablando de la creación de una oficina conjunta de actuación en contra del narcotráfico, sumado a la aprobación de una nueva ley federal que endurece las condenas en contra de integrantes de dichas organizaciones. 

Así pues, asistimos a una política que va más allá de las fronteras del territorio dominado por el Estado brasileño, que se encuentra en la legitimización de la política de exterminio respaldada por la calificación de terrorismo de dichas organizaciones. Esto permite normalizar la actuación en el margen de la legalidad institucional, es decir “legalizar la ilegalidad”, ya que una legislación antiterrorista permite varias medidas de excepción y estas se despliegan con toda la desproporción posible, sobre un enemigo indeterminado, pues terrorista puede ser cualquiera que habite este territorio. Por lo tanto, la faceta más peligrosa de la gestión de la extrema derecha es la ejecución de su discurso abiertamente apologético del exterminio como método que hace que avance ese proyecto de la “excepción como regla” en el cual se legitima y potencia aún más algo que en la práctica ya ocurre. Algo que no consigue el progresismo, ya que enmascara siempre sus prácticas con su discurso “inclusivo”, pero al final los hechos muestran que ambos bandos trabajan para lo mismo, ya que la política de militarización de la favela es algo que ha existido ininterrumpidamente más allá de la gestión del momento. 

No es algo aislado, la escalada militarista en el Caribe y el Pacífico

Por otro lado, con la calificación de terrorista se abrirían las puertas para una posible intervención estadounidense, ya que se inscribiría en su reciente política de intervenir militarmente Sudamérica en contra del “narcoterrorismo”. Concretamente nos referimos a la presencia e intervención militar bajo el mando de Donald Trump, en el Caribe, mirando hacia Venezuela y Colombia, gobiernos calificados por los gringos como narcoestados. 

Con respecto a la intervención de EE.UU., por medio de su guerra contra las drogas, no es ninguna novedad la política sistemática que se ha aplicado desde los años 70 cuando el mismo concepto de “guerra contra las drogas” surgió en el gobierno de Richard Nixon. Desde entonces esa política ha servido como justificación para expoliar territorios y “recursos naturales”, y también para pacificar territorios rebeldes. Ejemplos hay muchos, pero por mencionar algunos está la inserción del crack en los barrios negros en EE.UU. en los 70/80, para así combatir la insurgencia y autoorganización promovida por diversos grupos revolucionarios; también la introducción de la pasta base en las poblaciones de Chile en los 80, en plena Dictadura de Augusto Pinochet, con el mismo objetivo de aplastar la rebeldía insurgente que latía en los barrios populares. Debido a que la favela es un territorio rebelde por su historia y la supervivencia de pueblos que por 525 años han tratado de borrar, hace que, por ende, la presencia de la droga y de su consecuente militarización no sea ni casual ni aleatoria.

No es Disney, es Río

Río de Janeiro es una ciudad erguida sobre el exterminio de los pueblos originarios tupis que habitaban este territorio y como bastión fundamental del régimen esclavista e imperialista, constituyéndose desde el puerto donde llegó la más grande cantidad de africanxs secuestradxs y esclavizadxs en la historia no solo de Brasil o de América, sino de la humanidad. Esta es una historia escrita con la profunda desigualdad de dos mundos que al día de hoy siguen enfrentados entre sí, habitando el contraste del lujo ostentoso de una élite blanca contra la miseria y pobreza de una masa favelada y negra. Por lo tanto, “La cuna de la Favela”, planta que nombró a esos barrios surgidos del éxodo de la gente negra, que sin tener más opción frente al desamparo y el abandono estatal después de la “abolición”, ocupó esos territorios, levantando comunidades y manteniendo viva su cultura frente a la adversidad y el dolor que siempre les fueron impuestos, surgiendo desde el deseo instintivo de sobrevivir frente a un mundo que siempre los quiso asesinar.

En consecuencia, la policía en Brasil es hija y heredera del régimen colonial esclavista, que aparece aún bajo el mando de la corona portuguesa y trajo como metodología el castigo por medio de la brutalidad, siempre mirando hacia la población negra. En la actualidad, es la policía que más mata en el mundo, y la de Rio, una de las que más mata en Brasil, con cifras que oscilan entre 500 y 900 asesinatos anuales, cifras que evidencian muy específicamente a quienes matan, ya que el 90% de las personas asesinadas siguen siendo negras. Ese racismo estructural que construye la lógica de la acción policial en Brasil y más ampliamente de la Seguridad Pública en general, también se refleja en su población carcelaria, donde el 70% está compuesta por personas negras.

A causa de esta segregación, el desarrollo del crimen organizado en Rio es algo que empieza desde los años 70, cuando Brasil estaba en Dictadura Militar, con el surgimiento del Comando Vermelho en el penal de Candido Mendes, ubicado en la Isla Grande del estado de Río de Janeiro. Fue fundado por asaltantes de bancos que a partir del contacto con presos políticos desarrollaron una organización que inicialmente se constituyó básicamente como una herramienta de los presos, para, por un lado, poder hacer exigencias frente al régimen penitenciario de ese entonces y, por otro, imponer una forma de convivencia adentro de las prisiones que frenaba varias prácticas abusivas que estaban normalizadas, como la violación.

Con el paso de los años y la salida a la calle de muchos de esos presos se pone la mirada hacia un nuevo y más rentable negocio: la venta de estupefacientes. El Comando Vermelho, poco a poco fue expandiendo su presencia desde las cárceles hacía incontables favelas de la ciudad de Río de Janeiro, construyendo así paulatinamente el control territorial que llega a existir en la actualidad, donde todas las favelas sin excepción están bajo el mando del narcotráfico o de grupos paramilitares vinculados a la extrema derecha, denominados “milicias”. 

Este dominio del territorio se beneficia de varios factores, pero entre ellos vale destacar dos en especial: la ausencia de infraestructura estatal fruto del abandono típico que el Estado ha tenido hacia la favela y la gente que la habita, y por otro lado, la misma geografía de esos lugares, que surgen sin ningún tipo de planificación urbana regulada y se expanden en callejones estrechos, con construcciones precarias, pegadas unas a las otras que pueden a veces llegar a los cinco pisos, las que en muchos casos están situadas en cerros, lo que hace de esos lugares un terreno estratégico para las organizaciones del narcotráfico, que en su gran medida están compuestas por gente oriunda, y por ende, conocedora de esos mismos barrios. 

La presencia del narco, aunque se constituya como un poder paralelo, que se impone con mucha violencia en su expansión territorial es funcional al Estado brasileño en la continuidad de su proyecto racista y colonial de aplastamiento y genocidio de la población negra. El joven negro, pobre y favelado no es quien permite que los fusiles estén en la favela, menos aún quien los vende, y tampoco es quien controla el flujo mercantil de la droga. Este joven muchas veces encuentra en el narcotráfico las posibilidades materiales que la existencia en el mundo capitalista siempre le negaron. 

La respuesta del Estado frente a la expansión del comercio de estupefacientes siempre estuvo mucho más vinculada a las armas y al exterminio que a la entrega de cualquier alternativa que permita que esa juventud que se encuentra en el consumo o en la venta de drogas, pueda generar algo distinto en sus existencias. La cada vez más exacerbada militarización del territorio fue la construcción que año tras año fue tejiendo el poder, independiente del color del gobierno de turno.

Así, las incursiones de la policía en las favelas han sido hace décadas el pan de cada día en la ciudad de Rio de Janeiro, que con la respuesta de las organizaciones narcos han transformado esos lugares en verdaderas zonas de guerra, siempre con un rastro de sangre, haciendo que el asesinato se haga parte de la normalidad de esos sectores, siendo las masacres parte del diario vivir en esa metrópoli. Rio en su historia reciente tiene varios hitos importantes de mencionar como parte del proyecto de militarización de esos territorios, entre ellos destacan: 

-El emplazamiento de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), un fallido intento de instalar bases permanentes de la policía para “pacificar” esos territorios, creados por el entonces gobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral y por el entonces intendente, Eduardo Paes, ambos del MDB, partido de centro derecha, histórico aliado del PT. Quien gobernaba el país, en ese momento bajo su segundo mandato, era Lula.

-La realización de una operación en el complejo Alemão, con apoyo logístico de las fuerzas armadas en junio de 2007, que dejó un saldo de 19 muertos.

-La ocupación de la favela del morro de la Providencia en el centro de la ciudad, por parte del ejército en 2007, para la realización de obras del PAC (Proyecto de Aceleración del Crecimiento), proyecto urbanístico y gentrificador del gobierno federal, en ese momento, en manos de Luis Inácio “Lula” da Silva. La ocupación terminó con el saldo de dos jóvenes asesinados, que, pese a no estar involucrados con el narcotráfico, fueron entregados por los militares a traficantes de una favela controlada por el Terceiro Comando, banda rival del Comando Vermelho, que controlaba la Providencia.

-La invasión en el año de 2010 del complejo Alemão para la instalación de una UPP, con apoyo logístico de la Armada y transmitida en vivo y en directo por los medios de comunicación.

-La masacre de 11 jóvenes por parte del BOPE, en junio de 2013, en pleno contexto de la revuelta social que sacudía Brasil, tras perseguirlos desde una zona donde estaban ocurriendo disturbios y saqueos hasta el interior de una favela.

-El decreto de intervención federal hecho en febrero de 2018 por el entonces presidente Michel Temer, que dejaba todas las fuerzas de seguridad de Rio de Janeiro bajo el mando directo del ejército, designando para el comando de la intervención al general Braga Netto, quien sería Ministro de Defensa de Jair Bolsonaro, y que hoy se encuentra en prisión tras ser acusado de estar involucrado en el intento de Golpe de Estado de Bolsonaro. La intervención se terminaría el 1 de enero de 2019.

-La acentuación de la mortandad en manos de la policía con el país al mando de Jair Bolsonaro; en septiembre de su primer año de gobierno, la policía en la ciudad de Rio ya había asesinado 900 personas.

-La masacre cometida por la Policía Civil en una operación en la favela de Jacarezinho en mayo de 2021, ya bajo el gobierno de Claudio Castro, donde 27 personas fueron asesinadas. Esta operación, antes de la del 28 de octubre, había sido la más letal de la historia. 

Por consiguiente, estos hitos son apenas algunos de los incontables que se podrían mencionar. Los citamos más que nada para traer un poco más de contexto y así facilitar la comprensión de quienes desconocen la historia de ese territorio. Como ya lo hemos mencionado, la realización de operaciones policiales, con cifras que rondan de 5 a 10 asesinatos, son hechos prácticamente semanales en la ciudad de Rio. 

Con el paso de los años han aparecido otras organizaciones del narcotráfico, como el TCP (Terceiro Comando Puro) o ADA (Amigos dos Amigos), todas surgidas de escisiones del CV, pero también han entrado en escena grupos paramilitares llamados milicias, con profundos vínculos con la policía y con la política local. Esto ha provocado que haya cada vez más sanguinarios enfrentamientos entre bandas, debido a su constante expansión territorial, dejando así a la población expuesta constantemente también a esos conflictos y a los cambios de mandos y reglamentos que impone cada organización.

Además, la política de dispersión aplicada a los jefes de las organizaciones desde principios de la década del 2000, que han sido encerrados en cárceles federales distantes de sus territorios de origen, hizo que se empezaran a expandir por todo el territorio nacional, en especial el CV de Rio y el PCC de São Paulo. Esta expansión ha crecido y se ha intensificado mucho en los últimos años, donde aparte de aumentar su presencia territorial, también se han expandido hacia otros “negocios” como la minería ilegal, la explotación de servicios básicos dentro de las favelas (práctica históricamente realizada por los paramilitares), etc. Las nuevas generaciones del narcotráfico también se han caracterizado por ser cada vez más violentas y menos respetuosas hacia la población común, normalizando prácticas atroces y abusivas que antes no se daban, entre ellas varios asesinatos a jóvenes por el color de su ropa, o por gestos hechos en fotografías con las manos, interpretados como una apología a alguna banda rival. 

Pese a un contexto siempre adverso la favela sigue siendo un lugar donde se mantiene una tradición de comunidad y solidaridad, intrínseca a la ancestralidad africana; específicamente en el sector del complejo Alemão resisten espacios comunitarios que construyen desde la autonomía como es el caso de la “Escuela Quilombista Dandara”, que lleva apoyo educacional, afectivo y político a lxs pobladorxs del sector, difundiendo un proyecto panafricanista como fortalecimiento de su identidad territorial y la “Casa Autónoma Formiga Preta”, espacio levantado por compañerxs vinculadxs al entorno anarquista/anarcopunk de Rio de Janeiro, que resiste hace 10 años ahí mismo en la Sierra de la Misericordia, el ojo del huracán de la matanza.  

Concluimos deseando siempre fuerza, salud y vida a quienes hoy resisten y sobreviven en las favelas de Rio, señalando la necesidad urgente de mirar hacia allá, de hablar del genocidio en las favelas brasileñas como hoy hablamos de Palestina, del Congo y de Sudán, todas realidades que se encuentran en la adversidad de enfrentarse a la masacre. En las palabras de lxs compañerxs de Formiga Preta: “Caminar en la dirección de un mundo donde tengamos la fuerza de superar nuestros dolores, levantarnos de todas esas pérdidas y apoyarnos para reconstruir nuestras perspectivas y sueños”.

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