Por Victoria Aldunate Morales, Lesbiana Feminista Antirracista
A comienzos de 1934, con 14 años, las monjas de La Congregación de Hermanas de la Providencia[1] responsables por el Hogar de Huérfanos de Limache, entregaron a Elvira “para niñera”. A esa edad daban de baja de los orfanatos, las niñas pobres ya estaban “buenas para el trabajo”. Solo unos meses después esa niña murió en Antofagasta a donde se la habían llevado sus patrones que la eligieron para cuidadora de los hijos de su familia bien constituida y acomodada en el progreso aspiracional capitalista de los años 30 del siglo 20.
Esa niña trabajadora murió en el apogeo del Capitalismo chileno del siglo 20 que parió explotación, institucionalización y agenda de seguridad contra la niñez guacha. A casi 90 años, la defensa de La Familia “bien constituida” (hetero o diversa), se re-edita y se combina con la Agenda de Seguridad piñerista sin contratiempos legales.
Efecto nocebo
La ciudadanía chilena parece hoy una hija pródiga de todo eso: Con mis hijos no te metas, globos blancos, ajusticiamientos callejeros a delincuentes, exigencias de cárceles para niños, “mano dura” y pena de muerte. Para aligerarse: “tolerancia al Matrimonio Gay”.
Es una ciudadanía que parece hacer tabla rasa entre denuncias de muertos por accidentes de tránsito o abuso sexual infantil, entre narcotráfico o empleadas domésticas migrantes violentas, entre asesinatos o robos y hurtos.
Pero la geografía del delito está bien definida: Periferias urbanas, semirurales, rurales, empobrecidas y paupérrimas. El objeto de odio también: Niñez y jóvenes de calle y SENAME, niñas y mujeres a las que satanizan por “casquivanas” y sus madres y abuelas culpabilizadas. Los criminales en la mira no son burgueses y los medios de comunicación colocan a expertas a “explicarnos” por ejemplo, que los delincuentes (pobres) buscan ilegítimamente “éxito” y son ostentosos porque no tuvieron educación. Luego la feminista permitida refuerza que “con educación sexual se combate la violencia de género”, y ahí unen femicidas a delincuentes. También alguna psicóloga de tevé agrega componentes de “trastorno de personalidad”… Sobre los ricos que obtuvieron su “éxito” saqueándonos desde sus multinacionales, no hablan, a los expertos de las elites, nadie los ajusticia por prestarse para estigmatizarnos.
La sociedad chilena (tan) “clase media”, ahora (muy) ciudadana, con una coherente autopercepción “blanca” y “civilizada”, desde hace siglos permite la explotación de los cuerpos infantiles en el trabajo, en la familia y en la calle y tolera el incesto y el abuso sexual infantil como si fuesen un derecho familiar y masculino “de pernada”.
Hasta hace poco interpretaba –abiertamente- la violencia machista como “crimen pasional”, a los mapuche como “flojos”, a la homosexualidad como desviaciones. Ahora dice que es tolerante, que admira al pueblo mapuche (“al bueno”), y nombra “violencia de género” que suena moderado y académico.
La chimuchina parida por izquierdas parlamentarias (nuevas y antiguas)[2] que hablan en claves universitarias sobre “género”, diversidad, “interseccionalidad” y “plurinacionalidad”, hace su efecto Nocebo.
Curas, monjas, patrones
En los años 30 del siglo 20, era la Iglesia la que fungía como protectora de la niñez pobre que entre otras razones era abundante porque los señores practicaban la bigamia, la poligamia y el “derecho de pernada” sobre criadas, sirvientas y otras niñas y mujeres. Esto, les importaba un bledo a los curas, lo que sí era relevante para ellos era tener el control sobre el sagrado vínculo, y por eso se opusieron a la ley de matrimonio civil antes de que se promulgara en 1884 (el 16 de enero).
Por su parte las monjas preferían a las niñas pobres sin autonomía y dependientes de la clase patronal. Por ejemplo en la preparación de los “dulces chilenos” las monjas dividían a las niñas para que no conocieran la receta y así, luego, no se independizaran con talleres propios[3].
Desde el siglo 18, a los latifundios se le unieron la industria fabril en Santiago y en Valparaíso, y la explotación minera en el Norte. Las mujeres y niñas eran mano de obra más barata que la barata. Además de ser explotadas en lo doméstico, reproductivo y sexual por maridos y padres, muchas migraron del campo a la ciudad para trabajar en la industria fabril, se quedaron en el campo en la industria agraria o se desplazaron a las minas de oro, carbón, salitre y cobre. Hacían trabajos de carga y de destrezas finas. Los hombres de su misma condición las trataban como “yeta” (mala suerte) por lo que, a menudo, ellas no entraban a las minas, pero igualmente debían prestarles servicios variados, domésticos y/o sexuales. Muchas vivían en concubinato y luego terminaban criando solas.
La niñez guacha, desde pequeña debía ganarse su plato de comida en talleres, fabricando sobres, jabones, velas, galletas, fideos, vidrios. En el Vidrio, aspiraban cotidianamente polvillo de vidrio y eran castigados por los capataces siendo marcados con barras de vidrio caliente.
En las calles estaban los lustrabotas y los “suplementeros” que eran mostrados por la prensa burguesa como lacra. Justo esos niños, los canillitas, fueron los que en 1902 se opusieron al alza de precios de los diarios (no los señores que los leían). Y en el Salitre, niños encargados de triturar bolones de salitre cristalizado y del cuidado de las mulas de carga (niños muleros) fueron los que hicieron huelga en 1924 y se escondían tras las carretas de las agresiones de los capataces[4].
El saqueo español había mutado al imperialismo inglés y norteamericano. La incipiente burguesía criolla explotaba a la clase obrera para seguir entregándole riquezas a Occidente y sacar su parte. A los hombres de las clases explotadas, les chorreaban privilegios masculinos de control sobre mujeres y niñez. Desde sus formas más tempranas el Capital corrige, refuerza y aumenta el Colonialismo con un rostro supremo blanco y masculino, subrayando la violencia patriarcal ya instaurada estructuralmente por el invasor y aceptada por la masculinidad de toda clase y territorio.
“Madres culpables” e institucionalización de la niñez
El Capital acomodó, precariamente, las ciudades para repletarlas de pobres. Recolección de aguas lluvias, canalización del río Mapocho, construcción del Puente Calicanto, inauguración en 1900 (el 3 de septiembre) de la electricidad, del alumbrado público, los tranvías y el aeropuerto Los Cerrillos (1928) para asegurarse exportaciones y viajes patronales. Los cordones marginales, la penitenciaría y el Matadero Municipal eran barreras entre pobres y ricos. Era la “Gran Depresión” en Occidente, se desplomó el Salitre, 60 mil desempleados, cayeron las exportaciones agrícolas, 240 mil cesantes, pero a los ricos les iba igual de bien (tal como ahora).
En los conventillos, la epidemia de cólera (1886) ya había matado a miles, y la tisis (tuberculosis) a cientos de indigentes y hacinados luego. Miles de niños y niñas estaban muriendo por sarampión o coqueluche. Los primeros 25 años del siglo 20 había 18 mil guaguas, niñas y niños abandonados. Entre las décadas de 1930 y 1950 la sociedad aspiracional y los señores denunciaban a las mujeres pobres por “desnaturalizadas” y odiaban el “vagabundaje infantil”.
Así, se creó el Patronato Nacional de la Infancia (1930). El médico Luis Calvo Mackenna cambió el nombre de la “Casa de Huérfanos” de Santiago por “Casa del Niño” (1929), evitando nombrar la orfandad sistemática de la niñez pobre. Ese respetado señor, desde sus privilegios masculinos, médicos y burgueses, interpretaba que las mujeres pobres abandonaban a sus hijos con «brutal indiferencia[5].
Ya en el 1900, Ramón Barros Luco (presidente) había hecho un Primer Congreso Nacional de Protección de la Infancia e invitado a familias pudientes, académicos y médicos, pero a ninguna anarquista o feminista anticlerical, a ninguna proletaria de sociedades de resistencia de las que defendían la huelga de vientres y los medios prácticos para evitar nacimientos.
Así, con el desarrollo moderno-racista de experticies funcionales al capital, la institucionalización de la niñez pobre (y del país entero) alcanzó altos niveles en gobiernos de dictadores como Carlos Ibáñez del Campo (1927–1931 y 1952–1958) y Gabriel González Videla (1946-1952), represores de grupos nombrados “antisociales” como obreros, comunistas, homosexuales, “vagabundos”. Sus “agendas de seguridad” eran nutridas por ideas que circulaban entre las elites y se tomaban –entre otras- medidas como internaciones forzosas y vigilancia variada en los sectores geográficos de concentración “antisocial”. La ley N° 11.625, de 1954 fijaba disposiciones sobre “los estados antisociales”[6].
Abuso sexual sumado al abuso social
Las “antisociales” mujeres que los médicos, señores y presidentes no invitaban a sus congresos y a las que juzgaban, eran las mismas que cuidaban a los hijos de las elites, aquella que la clase médica obligaba a parir, las que la ley de la República chilena definía como capaces de “consentir” relaciones sexuales desde los 12 años. Ellas abandonaban a sus guaguas, a niños y niñas en los orfanatos donde, con comida, cama, vacunas y medicamentos, habría más sobrevida que en los conventillos. Esa era –probablemente- una razón poderosa para repletar los orfanatos, y otra no menos legítima, que esas “niñas y mujeres madres, “aberrantes” para Calvo Mackenna, no habían pedido parir, se negaban a criar.
De ese tiempo, de esas mujeres y de esa clase, fue hija Elvira Guillén Guillén. Así, con el apellido repetido, sin padre, guacha, cuya madre -se dijo- habría muerto.
El 13 de marzo del año 1937, salió con permiso de sus patrones a jugar a las cartas a la casa del jardinero. No conocía a nadie más con quienes encontrarse en sus días libres porque llevaba solo dos meses en Antofagasta. Un par de horas después habría vuelto con la ropa rota y herida. En el Hospital Regional habría recibido los primeros auxilios y se habría hecho una denuncia por violación. Los violadores serían MIGUEL DÍAZ (el jardinero) y el cabo del Regimiento Esmeralda, Francisco Cañas González. (En esa esa casa también habrían estado presentes las esposas de los agresores).
Luego de peritajes y denuncias, la niña se habría pegado dos tiros en el pecho. Según la familia patronal porque “no había aguantado la vergüenza”. Elvira habría alcanzado a escribir solamente “Hago esto ya que todo el mundo…”…
Jamás se investigó al patrón, Ángel García Agra ni a su esposa PILAR García Agra. Dicen que CAÑAS Y DÍAZ alegaron inocencia siempre.
A la Congregación de Hermanas de la Providencia del Hogar de Huérfanos de Limache, nunca nadie las señaló por entregar niñas al trabajo infantil. Elvira Guillén tendría una animita en el Cementerio N° 2 de Antofagasta. Ha sido rescatada su historia como la de una santa pagana. Dicen que su animita tiene una leyenda: “Aunque me creas loca voy a dejar de existir”…
La existencia la niñez pobre guacha y explotada tiene condición y clase y coincide en la historia de $hile con los delitos denunciados por las “agendas de seguridad” que imponen siempre las elites, sus representantes ciudadanos y sus expertos.
[1] La Congregación Hermanas de la Providencia llegó a chile en 1853 por accidente. Un año antes 5 monjas se dirigía a Oregón, EE.UU., “para evangelizar a los indígenas”, pero no encontraron a nadie, quisieron volver y se embarcaron en un carguero chileno que iba a Valparaíso. Cuando llegaron a chile, el gobierno (de Manuel Montt) las convenció de “evangelizar” acá y les endosaron a la niñez huérfana que delinquía y moría en las ciudades.
[2] Las concertacionistas por 30 años sostuvieron y/o toleraron leyes contra comunidades en resistencia -originarias y populares-, y las frenteamplistas boricistas y sus aliadas, hacen mutis por el foro sobre la firma de la ley “antisaqueos” con penas para quienes hagan desórdenes y barricadas firmada en diciembre 2019 por su candidato.
[3] Belén de Sárraga, anarquista anticlerical, cita en sus conferencias en chile (1913) a Alejandro Venegas, (Valdés Cange), escritor y profesor que en su libroSinceridad describe el abuso de curas salesianos con trabajadores a los que explotan y relata una visita a un colegio de monjas, donde se hace a las niñas cocinar dulces chilenos divididas con el objeto de que luego ellas no hagan sus propios talleres.
[4] Jorge Rojas Flores, Los Suplementeros: los niños y la venta de diarios. Chile, 1880-1953. Ariadna Ediciones, 2006 Santiago. LOS NINOS CRISTALEROS: Trabajo infantil en la industria. Chile, 1880-1 950 Pet, Dibam, Sename, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1996 Santiago.
[5] También se autodefinía como un hombre con «verdadero contacto con el pueblo” al que definía “inculto y miserable del arrabal y del suburbio». Boletín del Instituto Internacional Americano de Protección a la Infancia, N° 1, julio/1928, 74 citado por JORGE ROJAS FLORES en LOS DERECHOS DEL NIÑO EN CHILE: UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA, 1910-19302.
[6] Esta ley ha derogado la mayoría se sus incisos, pero existe y ha conservado otros sobre robos de alhajas por ejemplo.
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