MATERNIDADES LIBRES

Por Kristel Farías Neira

Hoy, en todo el mundo, las mujeres estamos despertando de la pesadilla patriarcal. Muchas de esas mujeres somos madres que buscamos subvertir el (des)orden que nos impone el Capitalismo y el Patriarcado a través de una crianza libre y respetuosa, lejos de la estructura lógico-racional, extractivista y antropocentrista. Madres que queremos maternar desde otras esquinas emocionales, ideológicas, políticas y éticas. Madres que buscamos que nuestra niñez crezca libre de las garras de un Estado y de un mundo concebido desde el Patriarcado.

En muchos casos, este es un intento solitario pues, hasta ahora, el género masculino ha dado pocas luces acerca de su papel en la deconstrucción del orden patriarcal y en la conciencia y supresión de sus privilegios. Es decir, siguen paternando desde el machismo, ejerciendo contra las madres y la niñez violencia física, psicológica y económica.

Hasta ahora, los derechos tanto a maternar como a una crianza libre, han sido sistemáticamente negados social, histórica e incluso, judicialmente; por condiciones que no responden necesariamente a la subversión de la norma ético-moral establecida, sino que también a condiciones de clase. En efecto, las mujeres empobrecidas, quienes no tenemos recursos ni privilegios, somos cuestionadas por nuestra forma de maternaje e incluso, hemos sido impedidas judicialmente de ejercer nuestro derecho a maternar. Cuando esto ha ocurrido, nuestro derecho a la defensa debe remitirse a corporaciones judiciales; las que sabemos, operan deficientemente y en condiciones precarias.

Podemos establecer entonces que nosotras, como mujeres madres empobrecidas, estamos siendo violentadas y  juzgadas por la norma social, por el Estado y por los padres (o sus familiares) quienes deciden instrumentalizar a la infancia sustrayéndola de su nido, aprovechando los vacíos legales y la misoginia de los tribunales de justicia para seguir perpetuando el círculo de control y venganza en su contra.

Su modus operandi son denuncias por maltrato y negligencia, muchas veces basadas en acusaciones falsas, tergiversadas, sacadas de contexto, poniendo lo particular como general o documentándolas con versiones falaces emanadas de instituciones del Estado que simplemente no funcionan o son deficientes. Como son hechos difíciles de probar, el vacío legal hace que baste un testimonio, una constancia o una denuncia para que los tribunales tomen medidas cautelares, prohibiciones de acercamiento o cualquier tipo de restricción; aún antes de probar la veracidad de esas acusaciones y sin mediar ningún tipo de investigación. Se asume entonces, subterráneamente, la premisa de que si hay una denuncia en contra de una madre, «algo grave debió haber hecho, porque es casi imposible que a una madre le quiten a sus hijos/as/es».

De esta manera opera la misoginia y el patriarcado, invisibilizando la presunción de inocencia, invalidando los requerimientos de las madres, sentando verdades utilizando referencias de procesos aún en marcha, faltando al debido proceso en notificaciones, citaciones, sobreintervenciones, falta de información oportuna que hace que no podamos ejercer nuestro derecho a defensa de forma óptima y oportuna, instituciones que nos revictimizan, nos confrontan con nuestros agresores y que finalmente les entregan -contra toda lógica- el cuidado de nuestras crías, obviando en muchísimos casos, que son ellos quienes han cometido delitos de violencia al interior de la familia. Lo anterior, denota claramente la violencia que el Estado y el Poder Judicial está ejerciendo contra las madres y la infancia. Es un sistema judicial enfermo, cuyas consecuencias dañan directamente a la niñez,  la que se ve alejada de sus familias nucleares y ampliadas, sus figuras de apego y su entorno próximo.

Hay cifras que connotan el hecho de que, ante una separación, los padres hacen daño directamente a sus niños/as/es, violentándolos de manera física, psicológica (manipulación, alienación parental, violencia hacia la madre en su presencia) y/o económica (no pago de pensión de alimentos) o de manera «indirecta», alejándolxs de su nido para mantener el control sobre la madre y seguir dañándola tanto internamente -por alejarla de sus crías- como públicamente, denostando su imagen de madre, lo que contiene, además, una fuerte carga social de cuestionamiento y juicio público.

Por todo lo anterior, no podemos hacer más que visibilizar el dolor que el Poder Judicial patriarcal del Estado Chileno ha provocado a todas las madres y toda la infancia violentada por su forma de proceder.

Sabemos que no somos las únicas en Chile, ni en Latinoamérica, ni en el mundo. Muchas legislaciones nacionales no están respondiendo a las formas de maternar que buscan otro tipo de concepción de ser personas. En nuestras sociedades, criar de manera respetuosa y libre es, sin temor a exagerar, peligroso; puesto que estás crianzas ponen en cuestionamiento formas de actuar, hacer, pensar y sentir que se han perpetuado por siglos y que se asumen son parte de nuestra esencia estructural, de nuestro sentipensar el mundo. Y lo que se ve amenazado por ello, es esa estructura, su institucionalidad y sus formas de control.

Sabemos que no somos las únicas en Chile, ni en Latinoamérica, ni en el mundo. Muchas legislaciones nacionales no están respondiendo a las formas de maternar que buscan otro tipo de concepción de ser personas. En nuestras sociedades, criar de manera respetuosa y libre es, sin temor a exagerar, peligroso; puesto que estás crianzas ponen en cuestionamiento formas de actuar, hacer, pensar y sentir que se han perpetuado por siglos y que se asumen son parte de nuestra esencia estructural, de nuestro sentipensar el mundo. Y lo que se ve amenazado por ello, es esa estructura, su institucionalidad y sus formas de control.

Una madre que cría a un ser libre es una amenaza, no solo para el padre o la familia que oprime, sino que para toda la estructura social hegemónica. Nos arrebatan a nuestrxs niñxs para infundir temor social; como una nueva forma de terrorismo estatal, una nueva forma de tortura, una nueva doctrina del shock, con el objetivo claro de que las madres sigamos supeditadas a una maternidad demandante, culposa, esclavizante. Y si somos esclavas de la maternidad, somos esclavas y perpetuadoras de este sistema.

Subvertir este orden, derrocar el estereotipo de la madre patriarcal es una revolución. Una revolución con cordón umbilical. Una maternidad efectivamente subversiva. Una maternidad realmente libre.

Kristel Farías Neira, 36 años, madre de Inti (15) y Laura (6)

Profesora de Educación Media en Lenguaje y Comunicación. Escritora y bordadora. Educadora en Parque por la Paz Villa Grimaldi,  Gestora Cultural e integrante de Colectivo Pacto, Arte y Memorias.

Actualmente, integra la Red Feminista Vuelve a Casa, con el objetivo de visibilizar los casos de violencia judicial hacia las madres y la niñez. Su caso aún no se resuelve y lleva 5 meses sin ver a su hija menor.

Instagram: Campaña #lauritavuelveacasa @kris.tela @redvuelveacasa

Correo electrónico: redvuelveacasa@gmail.com

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