LOUISE MICHEL DESDE LA VISIÓN DE EMMA GOLDMAN

A 85 años de la muerte de la mujer más peligrosa del mundo, desde La Zarzamora volvemos a revivir parte de uno de los capítulos de su libro «Viviendo mi Vida» en el cual manifiesta de una manera honesta y transparente sus sentires y vivencias. Así desde esta honestidad, Emma nos entrega la posibilidad de empatizar con su mirada, invitándonos a un viaje hacia un pasado, en el cual presenciaremos su encuentro en Londres, con Louise Michel, la gran combatiente de la Comuna de París. Sin más descripciones, les dejamos este tremendo extracto del encuentro entre dos de las compañeras más incendiarias de la historia anarquista.

…Conocí a Louise Michel inmediatamente después de mi llegada. Los compañeros franceses con los que me quedaba organizaron una recepción en mi honor el primer domingo que pasé en Londres. Desde que leí sobre la Comuna de París, sobre su inicio glorioso y su trágico final, Louise Michel había destacado por su amor a la humanidad, por su gran fervor y su valor. Era huesuda, estaba demacrada y parecía más vieja de lo que era en realidad (solo tenía sesenta y dos años); pero sus ojos estaban llenos de juventud y ánimo, y su sonrisa era tan tierna que ganó mi corazón inmediatamente.

Esta era, pues, la mujer que había sobrevivido al salvajismo de la respetable muchedumbre parisina, cuya furia ahogó a la Comuna en la sangre de los trabajadores y sembró las calles de París con miles de muertos y heridos. No siendo suficiente, fueron también a por Louise.

Una y otra vez había desafiado a la muerte; en las barricadas de Pére Lachaise, la última posición de los Comuneros, Louise eligió para sí los puestos más peligrosos. Ante el tribunal exigió la misma pena con la que fueron castigados sus compañeros, despreciando la clemencia del tribunal en relación a su sexo. Moriría por la Causa.
Bien por temor o por admiración a esa figura heroica, la asesina burguesía parisina no se atrevió a matarla.

Prefirieron condenarla a una muerte lenta en Nueva Caledonia. Pero no habían contado con la fortaleza de Louise Michel, con su devoción y capacidad de consagración a sus compañeros de desgracia. En Nueva Caledonia se convirtió en la esperanza e inspiración de los deportados. En la enfermedad, cuidaba sus cuerpos; en la depresión, animaba sus almas. La amnistía de los Comuneros trajo de vuelta a Francia a Louise y a los otros. Se encontró con que era el ídolo de las masas francesas. La adoraban como su Mere Louise, bien aimée.

Al poco de su retorno del destierro Louise encabezó una manifestación de parados en la Esplanade des Invalides. Había miles que estaban sin trabajo desde hacía tiempo y estaban hambrientos. Louise dirigió la procesión hacia las panaderías, por lo que fue arrestada y condenada a cinco años de prisión. Ante el tribunal defendió el derecho de los hambrientos al pan, incluso si tenían que «robarlo». No fue la sentencia, sino la pérdida de su madre, a la que amaba muchísimo, lo que resultó el más duro golpe durante el juicio. Louise declaró que no tenía nada más por lo que vivir, excepto la revolución. En 1886, Louise fue indultada, pero se negó a aceptar favores del Estado. Para ponerla en libertad tuvieron que sacarla por la fuerza de la prisión.

Durante un gran mitin en Le Havre alguien le disparó a Louise dos tiros, mientras estaba en la plataforma hablando.

Una bala le atravesó el sombrero y la otra le dio detrás de la oreja. Durante la operación, que fue muy dolorosa, no se quejó lo más mínimo. Por el contrario, se lamentaba de que sus pobres animales estuvieran solos y de que su retraso le causaría inconvenientes a la amiga que la esperaba en la siguiente ciudad. El hombre que casi la mató había sido influido por un cura para que cometiera esa acción, pero Louise hizo todo lo que estuvo en su poder para que le dejaran en libertad. Indujo a un abogado famoso a que defendiera a su agresor y ella misma apareció ante el tribunal para rogar al juez en su favor.

La conmovió especialmente la hija del hombre, no podía soportar la idea de que se quedara sin su padre por ser este enviado a prisión. La postura de Louise influyó incluso a su fanático asaltante.
Más tarde Louise tenía intención de participar en una gran huelga en Viena, pero fue arrestada en la Gare du Lyon cuando estaba a punto de subir al tren. El miembro del gabinete responsable de la masacre de los trabajadores de Founnies vio en Louise a la formidable fuerza que había intentado aplastar repetidas veces. Exigió que fuera trasladada de la cárcel e ingresada en un manicomio, aduciendo que estaba trastornada y era peligrosa. Fue este diabólico plan para deshacerse de Louise lo que indujo a sus compañeros a persuadirla de que se marchara a Inglaterra.

Los vulgares periódicos franceses continuaban pintándola como una bestia salvaje, como «La Vierge Rouge», carente de encanto y rasgos femeninos. Los más decentes escribían sobre ella en términos que denotaban el miedo que le tenían, pero también la consideraban muy por encima de sus almas vacías y de sus huecos corazones.

Mientras estaba sentada cerca de ella el día que la conocí, me preguntaba cómo podría haber alguien que no viera su encanto. Era cierto que no se preocupaba por su apariencia. De hecho, nunca había conocido a una mujer tan desinteresada en lo que concernía a sí misma. Su vestido estaba raído, el gorro era viejísimo. Todo lo que llevaba puesto le sentaba mal. Pero todo su ser estaba iluminado por una luz interior. Se sucumbía rápidamente al encanto de su radiante personalidad, tan irresistible por su tuerza, tan conmovedora por su sencillez infantil.

La tarde que pasé con Louise fue una experiencia no comparable a nada de lo que me había sucedido hasta entonces en mi vida. Su mano en la mía, el tierno roce de su mano sobre mi cabeza, sus palabras de cariño e íntima camaradería, hicieron que mi alma se expandiera, ascendiera hacia las esferas de belleza donde moraba ella.

Extracto de Viviendo Mi Vida de Emma Goldman (1931)

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