Por Cyndi Aguayo Sepúlveda*.
Se aproxima un nuevo 25 de noviembre: Día Internacional de la eliminación de la violencia en contra de las mujeres. Lamentablemente este día lo conmemoramos por un horrible crimen político ocurrido en el año 1960: las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal demostraron la firme convicción de ser opositoras al régimen de Rafael Trujillo en República Dominicana y, como consecuencia, fueron asesinadas por alzar la voz en contra de aquella Dictadura. Me es imposible no comenzar este artículo sin mencionarlas, pues hoy, a seis décadas de lo acontecido, la realidad para nosotras no es muy distinta.
Las mujeres día día tenemos que sobrevivir a distintas manifestaciones de violencia, tanto en el ámbito público como en lo privado: en nuestros hogares, con la violencia intrafamiliar y con el casi nulo reconocimiento del trabajo doméstico y de cuidados; en las calles, ya que ni siquiera podemos caminar tranquilas por el miedo a que nos persigan y nos agredan sexualmente o tener que aguantar el tan mal llamado “piropo”, que no es más que otra forma de acoso sexual que los hombres realizan por sentirse con el poder de opinar sobre nuestros cuerpos; en el trabajo, con las brechas salariales (las mujeres en Chile en promedio recibimos un 27% menos de sueldo que los hombres) y por tener las peores condiciones laborales (empleo informal y precario); en los medios de comunicacion, sobretodo en la televisión, cosificando nuestro cuerpo y reforzando estereotipos sobre como debemos ser; en el sistema de salud, sobretodo en lo referido a derechos sexuales, específicamente en materia de aborto, reforzando nuevamente la idea de que ni siquiera tenemos poder sobre nuestro primer territorio, médicos opinando moralmente respecto a la decisión de querer o no maternar… La enumeración es interminable, lo vivimos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos: la violencia en contra de nosotras no tiene descanso. Y, si bien es importante conmemorar un día como este, nuestra lucha la realizamos día tras día.
A pesar del tiempo y de los avances -insuficientes por parte del Estado de Chile-, seguimos sobreviviendo violencia en todos estos ámbitos, más aún en el actual contexto de pandemia. Las mujeres que están en confinamiento y conviviendo con el agresor, no tienen la posibilidad de denunciar, de hablar o pedir apoyo, porque además, probablemente perdieron su empleo (las mujeres somos quienes mayoritariamente nos desarrollamos en trabajos informales, para lograr “conciliar” con el trabajo doméstico) y en consecuencia, la dependencia económica con el agresor ha aumentado. Lograr salir de la situación de violencia siempre ha sido complejo, pero si la mujer no tiene igualdad de oportunidades para desarrollarse -las cuales deben ser brindadas por el Estado- y activarse económicamente, la posibilidad de salir de ese espacio se convierte en un objetivo aún más lejano.
Actualmente no hay un registro de cifras oficiales que den cuenta del porcentaje real del aumento de la violencia doméstica como consecuencia de la crisis sanitaria. Sin embargo, es de conocimiento público que las mujeres han estado mucho más expuestas a situaciones como estas (según el balance del Ministerio de la Mujer las llamadas de emergencia por casos de violencia contra la mujer han aumentado en un 70%) y ante tan alto porcentaje la institucionalidad y su oferta programática queda corta. No se ha logrado dar abasto en atender y acompañar a mujeres en situaciones de violencia, es por esto que es absolutamente necesario destacar que, históricamente han sido, son y serán, las propias mujeres quienes intentamos dar respuesta a la problemática ante la insuficiencia de las políticas públicas chilenas. Las feministas decidimos organizarnos en la ciudad de Concepción y espontáneamente armamos un grupo de mujeres que hoy acompañan a otras mujeres que están sobrellevando situaciones de violencia machista en contexto de pandemia (desde abril a la actualidad). A la fecha contamos con un grupo de mujeres, feministas y profesionales, que da respuesta ante lo que el sistema no alcanza.
Y es aquí donde me quisiera detener y señalar que, si bien Chile desde hace más de tres décadas ratificó convenciones internacionales importantísimas (CEDAW en 1989 y la Convención Belém Do Pará en 1996), en la práctica pareciera no ser más que un acto simbólica, pues se sigue al debe respecto a los Derechos Humanos fundamentales de las mujeres (de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (ONU): Art. 3 “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona y, Art.5 “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes). El capitalismo y el patriarcado no descansan y la hegemonía masculina continúa triunfando.
Les hago la invitación a que si una mujer requiere de apoyo, no se lo neguemos, dejemos de lado las diferencias ideológicas, políticas, religiosos o la que sea, el punto común es que todas somos mujeres y todas, por nacer mujeres cargamos con el riesgo de pasar por más de algún hecho de violencia, porque el sistema lo permite y porque hay un respaldo sociocultural que lo refuerza y perpetúa. Las feministas somos quienes podemos cambiar la realidad, somos las mujeres las que sostenemos la vida de muchas personas, en nuestros hombros cargamos con el peso del tan importante y, a la vez, invisible trabajo doméstico y de cuidado de niños, niñas, adolescentes, adultos mayores o personas con problemas de salud. Si nosotras paramos, el mundo no podría funcionar. Tomemos conciencia de lo importante y grandiosas que somos y si ven alguna mujer que crea lo contrario, la tarea es escucharla y apoyarla, ya que el amor entre nosotras es nuestra mejor arma.
*Psicóloga Feminista, Legataria y voluntaria en Linea de Acompañamiento Feminista.