Por: Victoria Aldunate Morales
En la Guardia, una joven -a mis ojos- visiblemente “camiona” (butch), intenta convencerme de que me veo “muy joven”.
-No se le nota la edad- me dice.
-Una cosa es parecer y otra lo que una es- respondo a su mediopiropo, lo más suavemente que puedo.
Ella me mira con cierta dulzura, pero también perturbada o sorprendida, no estoy segura que es lo que revela su rostro, pero sí adivino que le parece un sinsentido mi reclamo sobre que, a las viejas, a las embarazadas, a las discapacitadas y a todas, allí, nos castigan.
El reglamento carcelario para el enrolamiento de familiares de visitas a presos y presas, y sus énfasis 2024, bajados –supongo- directo de Ministerios de Justicia e Interior, y por ende del gobierno vigente, es de verdadero odio contra los pobres. Viene de gente que -de seguro- nunca lo ha sido, y que si lo fue, se lo ha borrado de la piel con el poder. Esto que pienso, no se lo confieso a la gendarme, no tiene caso, y además, me da miedo declararlo en la administración de una cárcel para pobres.
-Trabajamos todo el día- se disculpa, respetuosa ella -y tenemos muy poco personal-.
Entonces intento explicarle que no me quejo de su pega, si no del trato reglamentario, pero ella me devuelve una mirada más estupefacta aún.
Tampoco hay “OIRS” aunque se anuncia que sí habría. “No hay libro de reclamos y sugerencias”. Sé que me dirán que tergiverso la realidad porque si la otra gendarme (ella muy “fem”) no estuviera atendiendo a un montón de mujeres que esperaron 7 horas entre la Penitenciaría y Santiago 1 para ser enroladas a visita semanal, entonces habría “Oficina de Informaciones, Reclamos y Sugerencias”. O al menos, eso afirman.
No tengo intención, ni corazón ni cuerpo ya, para alargar más la espera de los turnos de esas mujeres detrás de mí, que vienen cada semana cargadas con decenas de bolsas blancas de comida, ropa, arrastrando a niños, niñas y hasta con guaguas en los brazos. Son viejas, jóvenes, en sillas de ruedas o con muletas y, por tener a “un preso adentro”, están “encarceladas”, aunque estén “afuera”. En sus relatos, toda su vida parece funcionar en torno al encarcelamiento de “sus” hombres. (No escuché a ninguna que viniera a visitar a otra mujer).
Habíamos llegado a las 8 y treinta de la mañana, algunas a las 6. Cerca de las 10 hubo una pelea a cuchillo y agua hirviendo que tomaron de un puesto de café dos mujeres que estaban en alguna de las filas para visitas, encomiendas o enrolamiento. Una de ellas nos había estado dando instrucciones. Era como una “dama de algún color”. Esas de los hospitales que abrazan un voluntariado que nadie reconoce porque cuando la solidaridad es reconocida, suelen ostentarla señoritas u hombres, a menudo jóvenes o no tan viejos, de voces suaves, pero dominantes.
La “dama” en la calle de la Penitenciaría, nos había ordenado e informado cómo iba la cosa y qué había que hacer. Si no es por ella, no me habría enterado de nada porque ser amiga o familiar de un encarcelado o encarcelada pobre, es castigado con mutismo e indignidad por el Estado chileno: Estar allí es no tener “merecimiento” alguno.
¿Por qué las que se atreven a visitar a gente presa merecerían un trato digno?
La era latinoamericana de control excluyente para lo que llaman “seguridad” opera fuerte con las que esperan a pleno sol con 34 grados a las 3 de la tarde en Santiago 1. Para ellas, no hay “enfoque de género”, ni inclusión ni interseccionalidad ni plurinacionalidad, ni “feminismo que va a vencer”, y menos “patriarcado que va a caer”. “El feminismo que camina por América Latina”, va, pero por otros senderos de grandiosidad, militancia partidaria, performance y “pureza”. Y en mi opinión, “los estudios de caso” no cuentan en este baile.
¡¿Cómo las que se pelean a cuchillo y obviamente no son feministas, van a merecer la ocupación de semejante famoso y próspero movimiento?!
El cuerpo se sobrecoge con la sangre que chorrea por el cuello de una mujer y la piel enrojecida de la otra, la quemada con agua hirviendo. Es un daño a sus cuerpos y podría traspasar su disputa y todo el territorio. En la inercia, observamos entre incrédulas y sometidas. Somos un rebaño aterrado. Las heridas son llevadas al hospital por otras mujeres. La ambulancia llega tarde.
En la despedida a las 4 de la tarde, un par de jóvenes madres se piden “aceptarse por Facebook”. Estuvieron ayudándose todo el día con sus niños, pero yo -infame de mí- por un segundo me pregunto si se coordinan para consumos o tráfico. Me sorprendo con el pensamiento detestable de la propaganda masiva. Me observo fríamente: ¡Tan antirracista, pero se infiltra en mis sinapsis toda la mierda propagada sobre mi clase!… Mi clase, que puja por no serlo, que usa zapatillas muy caras porque serían igualitas –ellos creen- a las del hijo del ricachón, que suena misógina en casi todas las radios, que persigue lo que le fue enseñado a “desear” para “ser y lograr estar en el mundo”: Billetes, fama narcisista y poder, pero que en realidad, alcanza solamente oropel, unas balas y la muerte en una esquina.
El poder real es de otros. De los mismos que ya tienen la plata, los bancos, la tierra, el litio, el agua, y van por más. A esos, narcisismo, les sobra, pero lo disfrazan con discursos políticamente correctos que no quedan mal con nadie. El poder real es de los mismos que manejan los hilos y nos tienen ahí a pleno sol de enero entre la indignación y la desesperanza.
En la fila, también hay jóvenes que se ven distintas, mejores ropas, pieles más aclaradas. Han estado en silencio, apabulladas o mostrándose ajenas. Una comenta a su amiga que “odia a las extranjeras porque llegaron a puro quitarles la pega, y así ¿cómo vamos a salir adelante cuando termina la cana?”. Pasa una mujer negra con su desplante y prestancia y las mismas, a sus espaldas, esbozan una burla cómplice. Las demás se cuentan las vidas, hablan de la cárcel y reclaman por la humillación, dicen que “en Valparaíso es mejor” y muchas cosas más…
Un niño de unos 6 años, llora, ya no puede más, yo -con más de 50 años más que él- me siento igual: Lloraría a gritos de rabia, cansancio y resentimiento social… Su mamá le dice: “¡No lloris, hay que aguantar! ¿Queris estar como tu papá después?”. El niño en solo un segundo se calla y se sorbe los mocos, le quedan solo pucheros en su carita morena. No quiere eso ¿Ya a su edad le da miedo quedarse atrapado ahí?… Yo también tengo miedo y no quiero eso, pero menos quiero este “feminismo” que llegó en andas de una performance vaciada de radicalidad y autonomía, y se infla de presuntuosas vanguardias arrimadas al poder o en vías de él.
Victoria Aldunate Morales. Lesbiana feminista antirracista. Enero 2024, $antiago, $hile.