Por: Victoria Aldunate Morales, Lesbiana Feminista Antirracista.
Solo le pido a las diosas que a este feminismo no le sean indiferentes les demás.
¿Por qué las feministas que pudiesen, no están aboliendo el trabajo? ¿Qué hacen, colocando su energía en un voto, en medio del extractivismo, gente perseguida y tortura industrial a los animales? ¿Por qué defienden gobiernos que explotan feminismos?
La inseguridad amenaza a activistas anarquistas, antisistémicas, antiespecistas y mapuche que resisten, es decir sobre quienes activan directo contra el capital.
En cárcel preventiva y sin posibilidad de juicio por un año (al menos), están les acusades por quemar dependencias de la cadena carnicera “Susaron”, la misma que procesa a cientos de animales torturados a los que llama “carne”. Sí, carne, tal como los hombres han nombrado por décadas a las mujeres jóvenes de “carne fresca”. No es coincidencia…
El 16 de febrero que se acerca, se cumplen 2 años del asesinato de Emilia Milén Bau, asesinada por sicarios a las órdenes de oligarcas, hay solo un culpable según la in-justicia $hilena, pero los implicados directos son 7, mientras que los indirectos, empresarios oligarcas, ni siquiera han sido mencionados.
El mismo día 16 de febrero (¿será otra coincidencia?), cumplimos un año sin Rubén Collio, mapuche en resistencia muerto en un confuso “accidente carretero”. Rubén además, fue pareja de Macarena Valdés, defensora mapuche y víctima de femicidio empresarial en 2016. Un crimen que las instituciones $hilenas a casi 7 años de nuevos informes y autopsias independientes que confirman lo contrario, siguen nombrando “suicidio”.
Las cárceles, la muerte, la violencia política sexual, el abuso policial y de uniformados amparados por sus instituciones, están al acecho de las estudiantas, lesbianas, maricas, travas y trans que protestan. Así mismo de las mujeres en trabajo sexual, en trata y explotación prostituyente, y cómo siempre de todas las esposas y de otras mujeres y niñas.
“La alegría” no llegó, tampoco ha sido “hermoso”… Muy parecidos los 90 al actual período: muy democráticos, pero con persecuciones focalizadas.
Trabajar no es “una opción”
En el epitafio del feminismo (territorial) de tantos símbolos y lenguaje, conceptos y bastante metafísica, se podrá decir que hubo políticas de cupos, leyes, ideas sobre “elegir” y “diversidad”, teorías iluminadoras productos exclusivos de mujeres brillantes, y también que se vio a lesbianas y trans en los congresos nacionales. Todo esto mientras millones estábamos siendo explotadas, no accedimos al necesario ocio, y contemplábamos cómo el capital consume a les niñes y adolescentes pobres que se suicidan o mueren reventades por las sustancias que la industria de la droga fabrica especialmente para pobres.
Es una industria permitida por los Estados y que goza de complicidades policiales, que utiliza los desechos de otras drogas (caras) para matar gente pobre y el alcohol industrial para destruir sus cuerpos. El Estado chileno da patente para la fabricación del alcohol barato que se puede encontrar a bajo costo en cualquier botillería.
Trabajar es una necesidad para sobrevivir con los seres que amas. No hay opción para la clase mujeres. Cuando vas a buscar trabajo y eres medianamente joven, el hombre que da el trabajo, te mira las tetas, te habla sugerente, luego, cuando no respondes, te echa de su oficina… Y no respondes porque le odias, porque te has hecho feminista o porque te enseñaron a resguardar el “honor” en una versión burguesa para empobrecidas… También, porque tienes esperanza de encontrar “otra cosa”, tienes un título, contactos y podrás escapar individualmente (jamás colectivamente) de ese tipo de violencia sexual.
La violencia estructural es generizada, racializada y clasista, y esto es prueba empírica, histórica y materialista, de que las mujeres seguimos existiendo.
Si no te prostituyes, es porque puedes. La explotación sexual en distintos ámbitos es un problema estructural, no solo la acción de maridos y otros hombres. Si no hubiese un mercado laboral sexual generizado, ninguna habría pensado, nunca, en venderse a nadie. Ni a maridos, ni a clientes sexuales, ni a cafiches, ni a empresas que te hacen mentirles a los clientes, ni a universidades y otras instituciones, que extraen conocimientos que trajiste de tu madre, tu comunidad y tus movimientos.
¿El feminismo: “un estilo de vida” y/o “un tipo de moral?
¿Para qué decirles a otras qué formas de explotación serían “peores”? ¿Para qué decirles a otres que lo que sienten “no es lo que es”…? Es una disputa de poder innecesaria.
Juzgar el sentir y competir en pobreza o “decencia”, transformarse en la policía de los afeites hegemónicos (o no hegemónicos), no tiene demasiado sentido político.
Hay comunidades feministas y otras, en que la belleza es considerada como tal si es anti-hegemónica, y justo esa creencia, se convierte en una nueva hegemonía. Aparece una hegemonía marginal, antigenerizada en que las piernas depiladas y las canas teñidas son despreciadas. Surge también un feminismo que aparta a las viejas para no escuchar la memoria política negada, lo hace por otros motivos, pero de la misma manera que las publicidades televisivas muestran a mujeres grandes decoloradas como si fuese esas canas fuesen “liberación femenina”. Es peligrosamente misógino.
Es histórico y material: las mujeres no somos una performance aunque podemos utilizarlas para sobrevivir. De hecho para muchos patrones es mejor que no tengamos género. Así no parimos y no faltamos al trabajo. Mejor si somos en tipo de lesbianas que ellos quieren, eficientes y neutrales. Pero el patrón Estado sigue instándonos a parir al mayoreo para su sistema de mano de obra barata.
El capital y los Estados a su servicio, exigen de nosotras lo mismo que los hombres y el patriarcado: que seamos todo y nada de acuerdo a sus necesidades. Puta y esposa, joven reproductiva y vieja cuidadora, lesbiana para la cuota en el Gobierno y mujer para la franja política que nos convencerá de votar por ellos otra vez.
Que nos aplaudan por trabajar vestidas con overoles y uniformes, no es nada bueno. Las políticas de identidad llevan delantera en ejércitos, policías y otras instituciones odiantes.
Ni las mujeres ni el feminismo somos una performance
Hemos hecho un proceso, colectivamente político, de rebeldías. Las de menos privilegios deliberadamente no han coincidido con las necesidades capitalistas en sus estrategias: No han buscado “derechos”, sino justicia, redistribución de los tiempos, de los territorios, de los espacios, de los recursos e “internacionalismo proletario” para revolucionarnos (no para adaptarnos).
Este movimiento ha vivenciando autoconciencia, mostrado que la feminidad no es naturaleza, que la identidad no es estable, esencial, estanca ni fija, y que tal como la maternidad (por ejemplo), tanto el género, la etnia, ni nada en sí mismo son salvoconducto de profundidad o revolución.
En la práctica, el feminismo también ha logrado que muchas niñas adviertan que no estarían obligadas a pensar en parir, enamorarse de hombres o a casarse. Muchas descubrimos que acostarnos y desear a otras, es un acto real, concreto y serio, no “un jueguito de amigas”. Que abortar o parir con otras, es contenedor; que el trabajo doméstico no es nuestra función.
Por todo esto, hijas, amigas, compañeras, jóvenas y adultas, y millones de personas, pueden hoy reafirmarse y decir que no quieren ser mujeres ni hombres, que sus cuerpos los quieren otros, de otra manera, con otros dibujos, otros espíritus y otros nombres…
No necesitamos a Foucault ni a Sartre para contarnos historias de sexualidades, cuerpos, géneros, pueblos, autoridad y respeto en Abya Yala. Supimos que pueblos matrilineales exterminados y los que les extrajeron el alma para congelarlos en libros.
Feministas que llamarían hoy “biologicistas” -como si la biología fuese una ofensa-, se preguntaron por el género obligatorio y sus engaños. Muchas en diversos territorios, respondieron con estrategias anarcofeministas, radicales setenteras, materialistas, antiespecistas, que han hecho posible toda esta revolución de cuerpos rebeldes.
Mucha gente le entró a la diversidad y a la disidencia por la rendija feminista. La misma de los sostenes quemados en los 60 (que ahora ya no tiene gracia), la misma de los atentados a tratantes de mujeres (trata que sigue vigente), la misma de los feminismos autónomos, animalistas, anarquistas y okupas en chile, y de luchas antidictatoriales que -en su inspiración anarquista y proletaria, radical y materialista- no consumieron Estado ni gobiernos.
No compramos el “amor romántico”, pero tampoco la idea burguesa de que estaríamos “eligiendo” algo, o que todo se trata del “deseo”. Porque esa actitud tan autocentrada –igual a ser hombre- nos ha llevado, entre otras cosas, a torturar para comer “carne” por deseo, y a arrebatar la libertad sexual a niñas, niños y niñes abusades por una sociedad adultocéntrica que cree que sus hijes nacieron para cumplir sus expectativas y ganas.
Las mujeres somos una clase apropiada y explotada, y potencialmente revolucionaria. Las más radicalizadas abrieron fisuras que importan y son políticas y que a la vez no bastan: Seguimos explotadas. Nuestras úteras generizadas son vendidas y nuestras partes (placentas, pelo, leche, fetos, guaguas, vaginas y tetas), intercambiadas en la Trata de personas y en las granjas de bebés, tal como lo hemos hecho con otros animales.
Y si en la mañana alguien -mujer o no-, encuentra el baño limpio, y en la tarde, comida en el horno, es porque hubo –probablemente- otra, otre que lo hizo. Así es la Latinoamérica que aplaude “libertades sexuales individuales e identidades performáticas”.
La gente trans y las trabajadoras sexuales son empobrecidas como nosotras, y no cambiarán esta condición política con leyes, medicina, documentos de identidad “diversos”, y menos con las razzias de supuesta “seguridad” de los gobiernos actuales…
Mucho de esto sintieron, vieron, comprobaron Bau, Rubén, Macarena. No es que quisieran morir, estaban luchando con el extractivismo y las oligarquías.
Las identidades no serán más que deseos individuales y vaciados de historia, sino enfrentamos la explotación y el extractivismo.
¿Para qué solo transformar mi cuerpo y no, colectivamente, las vidas que estamos siendo obligades a vivir? Las alianzas políticas tienen sentido para destruir el patriarcado y el capital, porque ésos no se “humanizan”, no se “de-construyen”, ni se “resignifican”.